El congreso de los diputados ha aprobado (y con el voto de podemos) financiar trenes en Canarias. Los argumentos a este dislate se basan en el colapso de circulación que viven las dos islas centrales, pero obvian cual es el origen del problema: el excesivo número de vehículos. El colapso circulatorio es la consecuencia de haber apostado por el transporte privado para la movilidad en las islas. Intentar solucionarlo, y en concreto en Tenerife, con trenes es similar a intentar hacer el reparto de mercancías en el interior de la ciudad con camiones de más treinta toneladas, en lugar de vehículos de pequeños tamaño adaptados a su estrecho callejero. No hay ninguna isla en el mundo, incluso con el doble de extensión, que basen su movilidad en el transporte guiado. Mallorca una isla cuya extensión es dos veces la de Tenerife, empezó a construir su red ferroviaria en el último tercio del siglo XIX, pero a partir de los años treinta entró en decadencia y en la actualidad los intentos de recuperar el red ferroviaria han fracasado y el único que se mantiene es la línea Soller –Palma que se concibió como tren turístico y no como parte del sistema de movilidad de la isla.
Tenerife tiene una superficie que supera en poco los 2.000 km2. La distancia entre el área metropolitana y el núcleo turístico del sur es inferior a los 70 km y una distancia tan corta no es la adecuada para unirla con un tren que implica una costosísima infraestructura, el establecimiento de una frontera entre la zona litoral y el resto de la isla, la marginación de los pueblos situados en las medianías además, tendría una velocidad insuficiente -menor que la guagua con carril exclusivo- al tener que para en las estaciones, la frecuencia sería baja pues no hay posibilidad de programar muchas salidas dado que un tren puede llevar centenares de pasajeros y no hay demanda para tantas plazas disponibles, es una infraestructura fija que no se adapta a los posibles cambios y sobre todo, no incide en la raíz del problema: el creciente número de vehículos privados.
El seis de octubre del pasado año el ingeniero de Caminos, Fernando Davara, impartió en la Real Sociedad Económica de Amigos del País una interesante y documentada conferencia titulada “El futuro de la movilidad en Tenerife” en la que afirmó de manera tajante: “La movilidad en Tenerife no mejorará hasta que no se restringa el uso indiscriminado del vehículo privado” con lo cual es fácil deducir que el tren no acabará con el colapso en las carreteras. En la misma conferencia resaltaba lo evidente: los atascos se producen fundamentalmente en el área metropolitana y en la turística del sudoeste de la isla, mientras que el trafico entre esa dos zonas es mucho menor al que se registra internamente en esos dos conjuntos y por tanto el tren no cambiaría significativamente la situación al no afectar a las zonas que sufren todos los días grandes retenciones de tráfico.
El problema no es nuevo. Desde los años setenta la movilidad de la isla se ha basado en el vehículo particular mientras que el transporte público era para los que no tenían acceso al coche. Mientras tanto, las instituciones públicas, ayuntamientos, cabildo y gobierno favorecieron una creciente indisciplina urbanística a cambio de votos permitiendo la construcción de viviendas en las medianías sin ningún tipo de control ni servicios. El planeamiento, si se puede llamar así a lo que ha ocurrido en la isla, ha sido totalmente ajeno a las necesidades de transporte, lo que junto al incremento de población nos han llevado a la situación actual. Si a ello sumamos la falta de de criterios comunes entre las distintas administraciones con respecto al transporte, como señalaba Fernando Davara en su conferencia, es normal que estemos en una situación de colapso en la isla.
La solución mejor para este problema es, desde luego, favorecer el transporte público basado en guaguas que utilicen energías limpias, con carriles exclusivos y, por el contrario, penalizar el uso el vehículo privado de tal manera que el transporte público le resulte más cómodo, más rápido y más barato. Al contrario que el tren, su incidencia ambiental sería muchísimo más pequeña, tendría mayor capacidad para adaptarse a las necesidades cambiantes, disminuiría la contaminación y su impacto paisajístico sería prácticamente nulo si lo comparamos con el ocasionaría este innecesario proyecto de tren al sur.
Como ha ocurrido con otros macro-proyectos entusiásticamente apoyados por los empresarios y los principales partidos políticos, su propuesta no es para solucionar problemas de la sociedad tinerfeña, solo son un medio para aumentar sus beneficios. Para comprobarlos tenemos muchos ejemplos: el puerto de Granadilla, una obra que ha costado centenares de millones a los contribuyentes y todavía no saben a qué van a dedicar este puerto a pesar que conocían de antemano, como demostró saberlo la sociedad isleña con sus masivas manifestaciones, que era una obra innecesaria. O el puerto de Garachico que solo sirve para el resguardo de embarcaciones recreativas y para unos pocos barcos de pesca artesanal. El anillo insular que ha destrozado de manera irrecuperable una parte de la isla y que incluye sin que hubiera sido aprobado, el acceso al proyectado puerto de Fonsalía. La isla no aguanta ni más coches ni más obras sin sentido, como sería tratar de solucionar el colapso del tráfico añadiendo trenes a la sobrecargada superficie de Tenerife.
Eustaquio Villalba Moreno
Portavoz de Atan