Tras la crispación social generada por el inicio de la urbanización del enclave natural del puertito de Armeñime, en Adeje, esta última semana hemos tenido conocimiento de nuevas acciones dirigidas a transformar el territorio y a llenar de piche y hormigón la isla de Tenerife; por una parte, se ha anunciado el acuerdo mayoritario del pleno del Cabildo de Tenerife, de impulsar las obras del Circuito del Motor; mensaje claro de cuáles son las prioridades de la mayoría de los grupos políticos que conforman esta institución. Inversión pública millonaria para promocionar el ocio privado del motor, en medio de una crisis sin precedentes de los combustibles fósiles y de la generación de energía, mientras que la gestión, la conservación y la restauración o la vigilancia de los hábitats naturales, de los espacios y de las especies silvestres, es totalmente insuficiente y deficiente por falta de medios.
Por otra parte, en el boletín oficial de la provincia del pasado 16 de mayo se anuncio la aprobación de la declaración ambiental estratégica del plan parcial de Los Maguenes, en Guía de Isora, de uso turístico y que contempla un nuevo campo de golf en un territorio, como es el sur de la isla, en proceso acelerado de desertificación y con un déficit de agua de sobra conocido. Por supuesto, la declaración ambiental estratégica (emitida por el propio ayuntamiento) concluye que el plan parcial no producirá efectos negativos significativos sobre el medio ambiente.
Más cemento, más consumo y alteración del territorio, más consumo energético y de recursos naturales escasos. La venta y la destrucción de Tenerife no para.
Es evidente que la “Declaración de Emergencia Climática” del Gobierno de Canarias (30 agosto 2019) y del Parlamento de Canarias (20 enero 2020) a la que se sumaron de forma unánime todas las formaciones políticas representadas en el Parlamento de Canarias y en el Cabildo de Tenerife, es una farsa, una tomadura de pelo.
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